Arqueología e Historia n.º 49: Los celtas
DF-DFAQ049
Los pueblos celtas dejaron una huella indeleble en la historia de la Europa de la Edad del Hierro. Buena parte de su fama histórica tiene que ver con sus correrías por el Mediterráneo y sus enfrentamientos con los reinos helenísticos y la todopoderosa Roma, pero más allá de aquellos escenarios y de los habituales estereotipos, para comprender el fenómeno celta es imprescindible preguntarse sobre las gentes que poblaron una importante porción de la Europa continental en la Segunda Edad del Hierro –grosso modo entre mediados del siglo V a. C. hasta la dominación romana de las Galias a mediados del siglo I a. C.–. El mundo céltico prerromano de aquel periodo suele asociarse con la llamada cultura de La Tène, que marcaría su desarrollo en un ámbito geográfico muy amplio que abastaría desde el Atlántico hasta el mar Negro y desde los Pirineos hasta las islas británicas. Aunque nunca llegó a existir una uniformidad cultural en tan vasto territorio, la cultura material lateniense terminó ejerciendo su influjo incluso más allá de aquel marco. Con anterioridad al auge de los grandes oppida, que habrían de marcar la etapa final de la progresión autónoma de los pueblos célticos, los siglos IV y III a. C. caracterizarían la plenitud y la máxima expansión de aquella cultura. Al amparo de unas particulares creencias y realidades sociales, aquellas poblaciones celtas dieron vida a una riqueza material extraordinaria y desarrollaron un arte único, que solía rehuir lo figurativo y realzaba como ningún otro las posibilidades de una artesanía ya de por sí excepcional. Pese a todo, lo “céltico” supera con mucho el ámbito de La Tène y enlaza también con un fenómeno lingüístico particularmente complejo que debe lidiar a su vez con el problema que supone que estas culturas estuvieran desprovistas de tradición escrita hasta una etapa ya muy avanzada.