Desperta Ferro Especial n.º 36: Ejércitos de la Guerra Civil
DF-DFE036
Con este volumen XXXVI de Desperta Ferro Especiales comenzamos una nueva serie dedicada a analizar en profundidad los ejércitos de la Guerra Civil española. El papel de las fuerzas armadas fue determinante en el estallido del conflicto y en la configuración de sus contendientes y por ello es necesario comenzar dedicando una mirada al Ejército anterior a la guerra. Un cuerpo tensionado por graves conflictos internos y mentalidades que se vertían hacia el exterior. La oficialidad se hallaba dividida desde hacía tiempo por la presencia de los africanistas, un grupo de oficiales cuyo denominador común era haber combatido en la interminable guerra del protectorado marroquí, terminada en 1927, que propugnaban una virilidad exacerbada y una valentía rayana en la temeridad que se conjuntaban con la creencia de que el Ejército debía ser y era el depositario de la esencia nacional española y, como tal, tenía la obligación de preservarla. La caída de la monarquía y la llegada de la república, con los intentos reformistas de Manuel Azaña, iban a ahondar aún más estas diferencias, dividiendo políticamente a buena parte del mando. Por otro lado, se trataba de una fuerza armada fogueada solo en parte –al no haber participado en la Primera Guerra Mundial, las tácticas y medios del Ejército español se habían quedado anclados en la guerra de África– y lastrada por un exceso de oficiales, cuyos sueldos devoraban un porcentaje importantísimo del presupuesto para defensa, dejando otras necesidades sin atender. El 18 de julio de 1936, un golpe de Estado encabezado, precisamente por una parte del Ejército, obligó a las fuerzas armadas, en un sentido u otro, a posicionarse y abocó al país a la mayor guerra civil de su historia.
Con este volumen XXXVI de Desperta Ferro Especiales comenzamos una nueva serie dedicada a analizar en profundidad los ejércitos de la Guerra Civil española. El papel de las fuerzas armadas fue determinante en el estallido del conflicto y en la configuración de sus contendientes y por ello es necesario comenzar dedicando una mirada al Ejército anterior a la guerra. Un cuerpo tensionado por graves conflictos internos y mentalidades que se vertían hacia el exterior. La oficialidad se hallaba dividida desde hacía tiempo por la presencia de los africanistas, un grupo de oficiales cuyo denominador común era haber combatido en la interminable guerra del protectorado marroquí, terminada en 1927, que propugnaban una virilidad exacerbada y una valentía rayana en la temeridad que se conjuntaban con la creencia de que el Ejército debía ser y era el depositario de la esencia nacional española y, como tal, tenía la obligación de preservarla. La caída de la monarquía y la llegada de la república, con los intentos reformistas de Manuel Azaña, iban a ahondar aún más estas diferencias, dividiendo políticamente a buena parte del mando. Por otro lado, se trataba de una fuerza armada fogueada solo en parte –al no haber participado en la Primera Guerra Mundial, las tácticas y medios del Ejército español se habían quedado anclados en la guerra de África– y lastrada por un exceso de oficiales, cuyos sueldos devoraban un porcentaje importantísimo del presupuesto para defensa, dejando otras necesidades sin atender. El 18 de julio de 1936, un golpe de Estado encabezado, precisamente por una parte del Ejército, obligó a las fuerzas armadas, en un sentido u otro, a posicionarse y abocó al país a la mayor guerra civil de su historia.