Arqueología e Historia n.º 51: Iberia griega
DF-DFAQ051
La presencia permanente de colonos griegos en el occidente mediterráneo conllevó un largo periodo de dinamismo que en cierta medida agitaría el panorama político y cultural de las distintas poblaciones que conformaban tan vasto y variado territorio. Como buenos amantes del mar, los griegos que frecuentaron la península ibérica o se establecieron allí en comunidades estables tenían su particular agenda comercial –en parte precedida y favorecida por el flujo fenicio y nurágico–, y a través de ella se fomentaron ciertos aspectos de la materialidad –las casi omnipresentes cerámicas áticas, o la escultura ibérica, por poner solo algunos ejemplos– a la vez que otros aspectos culturales menos tangibles de las poblaciones locales del litoral peninsular mediterráneo. Desde aquellos lejanos contactos con el mito en los trabajos de Heracles o las generosas donaciones del legendario rey tartésico Argantonio hasta las más palpables evidencias arqueológicas, sobre todo plasmadas en las colonias de Emporion y Rhode –las únicas que conocemos arqueológicamente–, el mundo griego peninsular hizo gala de un helenismo híbrido, siempre en sintonía con las necesidades autóctonas, aun sin dejar de lado con ello su propia identidad, que señala un estrecho vínculo con el resto del mundo helénico. Con el tiempo, Roma aprovecharía sus contactos con la poderosa e influyente Massalia –otra ciudad griega con fuertes intereses comerciales en la región del nordeste– para llamar a la puerta de Iberia. Lejos pues de las elucubraciones helénicas sobre los relatos homéricos que llevaban los viajes de Odiseo más allá de las columnas de Heracles, nos quedaremos pues a este lado del occidente mediterráneo y respondiendo por si acaso a la materialidad de la ciencia arqueológica, no sea que alguien nos acusara de locos…